Hay aquí referencias al cabaret alemán de entreguerras y al folklore de Europa central. Hay un evidente clima tanguero y montones de melodías de fuerte raigambre rioplatense. Hay piezas que encuadrarían perfectamente en eso que el mercado llama música de cámara pero, a la vez y en ese sentido, hay instrumentaciones que no coinciden con lo conocido. Hay baladas urbanas, canciones con texto o sólo instrumentales, blues, soul, chacarera, vidala, malambo, milonga, música brasileña. Hay piezas que tienen algo de sonido incidental.
Podría suponerse entonces que, de semejante menjunje, resultaría una propuesta desaliñada, desprolija, falta de orientación. Sin embargo, aquí ocurre todo lo contrario. Porque a todo lo dicho, y aunque esa imposibilidad de poner rótulos sea una incomodidad evidente para el cronista, a este álbum hay que sumarle coherencia, criterio de conjunto, identidad.
Marina Ruiz (pianista, más emparentada con “lo clásico”) y Leandro Ragusa (bandoneonista, más tanguero) son los creadores de temas que fueron arreglando para distintas formaciones según las necesidades, en una paleta amplia que mezcla guitarras, chelos, piano, bandoneón, violín, percusión, flauta, contrabajo, clarinete, batería y que también incluye voces femeninas e infantiles.
Todo el disco está atravesado además por una meticulosidad de realización que es un valor agregado. Y a la hora de tocar, se lucen los dueños de la pelota, Ruiz y Ragusa; pero es justo también reconocer el muy profesional trabajo del resto del elenco, numeroso y variado como es este álbum.
Ricardo Salton
Periodista
